martes, 23 de abril de 2013

jueves, 18 de abril de 2013

DE SUEÑOS Y MONSTRUOS



Hablar de un libro propio siempre me ha dado mucho miedo. Por un lado, por no ser capaz de compartir la misma pasión que en su momento deposité en él; por otro, por contagiarla, y entonces no saber parar. Si hay algo que siempre me ha gustado es precisamente eso: compartir pasiones, hasta el punto de que a veces, desde fuera, pueden confundirse con pedantería.
Sabiendo entonces que o bien me quedo corto o bien resulto excesivo, dejadme, por favor, que os hable un poco de Los turistas. Prometo intentar encontrar un punto intermedio.

Comencé a escribir el libro a modo casi de ejercicio de estilo. Me sentía algo bloqueado con la escritura de otra novela y decidí volver a coger ritmo con una pequeña historia sobre unos niños huérfanos encerrados en un orfanato. Recuerdo haber escrito las primeras líneas casi sin pensar: «Ya no recordábamos cuándo había empezado el invierno, pero dábamos por hecho que se alargaría. La carretera llevaba cortada al menos un mes y no habíamos recibido visitas en el orfanato desde hacía mucho. Nadie podía llegar hasta nosotros y nosotros no podíamos llegar hasta nadie. Sin embargo, el Monstruo podía llegar a todas partes». El Monstruo (que al principio sólo era él), la nieve, el invierno, el frío, la oscuridad… Y de repente, sin saber muy bien cómo, la historia había cobrado forma de cuento gótico.
Aún no sabía muy bien qué era lo que iba a pasar, pero seguí escribiendo. Todos los adultos habían desaparecido… El Monstruo se hallaba al cargo de los siete niños... Pero no serían los adultos los únicos que desaparecerían...
Fue entonces cuando encontré un motivo por el cuál podría haber ocurrido todo aquello, atado también a la fecha en la que tenía lugar el relato (fecha apuntada muy levemente), y en ese instante me di cuenta de qué era realmente lo que estaba escribiendo. Pero más aun: me di cuenta de cómo quería escribirlo.
Seguiría un poco el hilo de novelas como Otra vuelta de tuerca e incluso Los cuentos de Canterbury o Las mil y una noches. Porque lo que pretendía con Los turistas era escribir ―teniendo en cuenta mis limitaciones— un pequeño canto a la ficción, a la necesidad de contar historias y, por tanto, un cuento sobre cuentos. Como si fuese una bastarda Sherezade, el Monstruo iría contando historias a los huérfanos, alargando su estancia allí, pero a la vez, su antagonista, el narrador, contaría también su propia historia: la que estaba ocurriendo allí mismo, mientras permanecían encerrados.
Ya tenía a los héroes y a los villanos (aunque a veces se confundiesen, como debería suceder siempre), el marco donde sucedería la historia y las historias que lo agrandarían. Ahora sólo faltaba que comenzasen a pasar cosas. Y eso se acabaría convirtiendo en lo más divertido de todo.
Una vez tuviese lugar el primer ataque, todo se precipitaría sin remedio y sin control. Comenzarían a desaparecer cosas y a aparecer otras nuevas. Pero eso ya me temo que tendréis que descubrirlo vosotros. Prometo que será mucho más entretenido que este texto.

Vamos. Se han abierto las puertas del orfanato. ¿A qué esperáis para entrar?

lunes, 15 de abril de 2013

DESPEGUE




Editar mis propias historias es algo que he hecho desde que tengo uso de razón. Si retrocedo en el tiempo, me encuentro con tebeos y cuentos que dibujaba y grapaba cuando tenía apenas cinco años, siempre llenos de monstruos y paisajes extraños. Intentaba emular la montaña de libros de todo pelaje que había en mi casa, desde los Capitán América a los cuentos ilustrados, fabricando las portadas y la tripa con los materiales que tenía a mano (tijeras de punta roma y Cariocas, principalmente). Solo había una copia, la original, ya que no contemplaba otros lectores fuera de los muros de mi casa. Por suerte mi padre los guarda celosamente en una carpeta.

No tardaron en llegar los fanzines “de verdad”, los de veinticinco o cincuenta ejemplares para amigos y despistados. Horribles todos. Pero, para ser justos, el verdadero punto y aparte en mi manera de ver las autoediciones fue, primero, conocer a Mayte Alvarado, y segundo, la creciente atención que comenzaron a recibir los fanzines de todo tipo.

Juntos montamos el blog Los Ninjas Polacos, y bajo su sello editamos una serie de fanzines (Roland, Historias Mínimas, El Hombre Alto y Livianas) en los que buscábamos un acabado y contenido alejados de la clásica publicación colectiva. Trabajos individuales en los que volcar nuestros cuentos.

Pronto el modelo se nos quedó pequeño, claro. Queríamos algo más ambicioso. Manejar mayores presupuestos, alcanzar una mejor distribución, otros formatos y, en definitiva, libros más grandes y trabajados. Todo esto, manteniendo la libertad que permite la autoedición. Es decir, quedándonos con todo lo que nos gusta de los fanzines pero subiendo un poco la apuesta. Creo que la idea de el Verano del Cohete estaba ahí casi desde el principio.

Y así, en algún momento de 2012, decidimos que estábamos capacitados para hacerlo. Tentamos a Rui Díaz para alcanzar el número mágico y aceptó a la primera cerveza. Las reuniones se sucedieron, se fijaron algunas líneas, se le puso un nombre a todo aquello y el resultado está a punto de despegar.

Pero a estas alturas no he explicado qué es exactamente el Verano del Cohete. Diré que editamos libros ilustrados y dejaré que el tiempo defina el resto.

Por ahora todo esto se traduce en Los turistas, una oscura y cálida novela de Rui Díaz que Ana Sender se ha encargado de ilustrar con salvaje alegría. Saldrá a la venta el 9 de mayo. Y para cuando pase el verano real, seguiremos con el artificial.

Dicho todo esto, no me queda otra cosa que invitaros a disfrutar de las agradables brisas veraniegas que nos ha dejado el cohete y que, entre todos, con el tiempo, averigüemos a dónde nos lleva.


Borja González