jueves, 5 de septiembre de 2013

EL LADRÓN DE ELFOS



De todos los ángulos desde los que puede afrontarse la adaptación de una obra ajena, siempre prefiero aquel que enfoca los detalles –en principio– menos obvios o sencillamente insinuados en el original. Limitarse a retratar los aciertos es algo mucho más aburrido que, pongamos, indagar en las contrariedades o deficiencias del trabajo previo, resolver cuestiones olvidadas de la trama, o, directamente, darle la vuelta a todo y tirar la casa por la ventana. En el caso de la ilustración, considero un triunfo el realizar un correlato lo suficientemente sólido que apoye el texto o, tal vez, arriesgar en utilizar la imagen como una lupa para ampliar esos detalles que al autor de la adaptación le parecen interesantes. Señalar las bifurcaciones posibles y menos transitadas.

Y ahora, El Verano del Cohete edita El rey de los elfos, de Johann Wolfgang von Goethe, y, me temo, yo me he encargado de ilustrarlo. Así que, con lo dicho en el párrafo anterior, entiendo que alguno esté pensando en el disparate sacrílego que he podido perpetrar sobre el poema del autor de Fausto. Pero estamos de suerte: una adaptación no se realiza sobre el original, por lo que el poema de Goethe sigue siendo el mismo palabra por palabra, y, esta vez, no he retorcido la línea del espacio-tiempo. Y hay más: pese a mis gustos personales, he sido bastante conservador.

El rey de los elfos contiene no pocas lecturas y funciona perfectamente como resumen del Romanticismo alemán, pero si hay algo que suele resaltarse de su trágica historia es el esfuerzo del padre por no dejar que su hijo termine en manos de lo inevitable. Lecturas paterno-filiales hay tantas como uno quiera, pero a mí me interesaba la figura del Rey, sus hijas y su entorno. Y es ahí donde me he centrado, sin cambiar nada de la historia y respetando el ritmo de la persecución. Mientras todas las pinturas e ilustraciones que se han realizado desde que se publicase el poema se centraban en la figura a caballo del padre sosteniendo al hijo –con el Rey como una figura fantasmal intentando alcanzarlos–, yo he optado por la composición de grandes panorámicas que me permitiesen encuadrar al Rey y su hábitat, alejando así el foco del padre y el hijo. Y me he permitido incluir una última ilustración que muestra al Rey tras los hechos relatados en el poema, arrebatándole así el punto y final a la tragedia del padre. Pero, con todo, mis dibujos no son otra cosa que una representación de lo que me atrajo del poema y la edición del libro se encarga de separar una cosa de la otra. 

Tal vez hubiera podido arriesgar más y darle una verdadera vuelta de tuerca al poema, pero la intención de El Verano del Cohete era la de publicar esta preciosa historia en papel, acompañada del material necesario para encuadrarla en su contexto histórico. Arrancarla de los volúmenes de obras completas y darle un espacio propio. El rey de los elfos tiene fuerza suficiente para ello.



Borja González.